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La obra pública avanza pero todavía no llegó a su techo

30/04/2017 - El Gobierno empuja y suma obra pública en todo el país. Sin embargo sabe que todavía falta mucho.

ARGENTINA.- El Gobierno está poniendo toda la carne al asador en los ministerios del Interior, Obras Públicas y Vivienda y de Transporte o, para ser más precisos, en Vialidad Nacional. La obra pública es sin dudas el caballo de batalla más fuerte que tiene y está poniendo y finalizando obras que ayudará a todos los argentinos. Incluso, en lugares donde hacía años que no se hacían obras y eran necesarias ya que eran zonas muy inundables como Luján y San Antonio de Areco.

Durante el primer semestre del año pasado, la maquinara de la obra estuvo prácticamente inactiva. Tanto porque lo primero era remover sobreprecios y contratos sospechosos heredados del kirchnerismo, como por el temor de los nuevos funcionarios a arriesgar su firma en cualquier cosa que pudiese dejarlos a tiro de denuncias. Además, no había llegado el momento de jugar plata grande.

Pero desde julio los ministros Rogelio Frigerio y Guillermo Dietrich empezaron a mandar la locomotora a fondo, tal cual se advierte en datos de los equipos de la Fundación Capital (ver infografía).

Así sean comparadas casi con la nada misma, las licitaciones de obras públicas del primer trimestre de este año superan en 330% a las de igual período de 2016. Mucha construcción de ejecución rápida, por lo tanto visible y funcional a la ya igualmente visible propaganda oficial: desde cloacas y agua potable, hasta rutas, caminos, calles y corredores viales, hay para los fines más diversos.

Saltos aparentemente abruptos, como los 31.277 millones de pesos o los 41.469 millones en julio y octubre del año pasado, responden a una lógica parecida. Se trata de proyectos que seguramente estarán materializados cuando el proceso electoral haya entrado en zona de definiciones.

Un par de magnitudes resumen todo: sólo en los últimos ocho meses se licitaron obras públicas por impresionantes $ 175.000 millones. Equivalen a 11.140 millones de dólares y está clarísimo que la película continúa.

Sobre la velocidad de la locomotora también habla el pico histórico que, en marzo pasado, anotó el consumo de asfalto. Después de un mal año, en un mes escaló a un volumen similar al necesario para repavimentar 1.000 kilómetros de ruta. Ahora el asfalto pavimenta el operativo del Gobierno.

Tanto número junto es capaz de abrumar al más paciente, pero sirve para mostrar la amplitud de la movida. Esta vez tocan ejemplos provenientes de ASAP, una entidad dedicada al análisis de las cuentas públicas.

Uno dice que entre enero y marzo, los gastos en inversiones del Estado Nacional ascendieron a $ 44.377 millones y duplicaron a los entonces muy magros niveles del mismo período del año pasado. Y dice más, como que la mitad fueron transferencias a las provincias decididas desde el poder central; discrecional, en lenguaje fiscal.

Hay filtros, seguro, porque no es el caso de andar repartiendo fondos así como así, sin mirar a quién. Y aun cuando se ignoran los destinatarios, puede descontarse que entre los nominados sacan ventaja la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma: macrismo puro, en dos distritos clave.

Otro dato remite directo al Ministerio del Interior: en apenas un trimestre, le aumentaron el presupuesto inicial de 57.400 millones a 61.000 millones. Nada semejante ni parecido ocurrió con otros organismos. Por ahora...

Pero medida por el impacto sobre la actividad del sector, la inversión en obra pública representa poco comparada con la privada: un módico 25% contra el 75%.

Luego, el punto consiste en reactivar la construcción privada. Y para eso existen, entre otros, el plan Procrear; los acuerdos enderezados a bajar el costo del aluminio; un préstamo del gobierno chino por US$ 500 millones; los compromisos de las constructoras y el paquete de créditos hipotecarios. Con otro rostro, el mismo operativo oficial.

Según los papeles de Interior, allí figuran nada menos que 100.000 viviendas en un año para las clases medias. Todo suma y rinde mediáticamente, aunque a veces no queda claro cuánto de lo que aparece en listas que brotan una tras otra ya fue anunciado.

Vistos los actores y el espacio más próximo a las medidas, es posible pensar de nuevo en el GBA y la Ciudad de Buenos Aires.

La construcción porta la ventaja-desventaja de que reacciona rápido tanto ante los estímulos como ante la falta de estímulos. Y así como pronto sepulta trabajo pronto puede resucitarlo; todo inestable, generalmente precario y generalmente mal remunerado.

Tras caer como ningún otro sector el año pasado, ahora la apuesta consiste en que alumbre empleo a la mayor velocidad posible. Ahí existen hoy 413.000 trabajadores registrados, el 6,6% de toda la fuerza laboral del país.

En ese espacio también cuenta la relación 25% público-75% privado. Que es como decir que, por si solo, el Estado tiene acotada la capacidad para movilizar mano de obra.

¿Y qué pasa con la construcción privada?, le preguntó Clarín a alguien que hace años asesora empresas del palo?

Respuesta: “Por ahora hay obras grandes, de proyección limitado, de las que se levantan desde el pozo. Y bastante entre las chicas, que generan poco empleo y cuya mejor definición es que en lugar de cemento en bolsa usan cemento a granel. Lo bueno es que el dato del INDEC de marzo revelaría que estamos ingresando a una etapa de avance consistente”.

La construcción ayuda desde luego, pero no despeja ni mucho menos el horizonte económico. Dice el consultor: “Pensé que recién ahora estamos saliendo de un piso de catorce meses con caída libre. Y pensé, además, que una remontada vigorosa sólo reportaría un punto de crecimiento del PBI”.

El campo empuja y empuja a otras cadenas productivas, aunque muy poco llega a los grandes centros urbanos, justo donde anidan los problemas sociales más urgentes.

Con un gran poder amplificador, la que sigue sin levantar cabeza es la industria: volvió a bajar en marzo y acumula tasas negativas desde el mismo momento en que el macrismo desembarcó en la Casa Rosada.

Y aún no asoman signos de mejoría inmediatos, al menos por las respuestas de los empresarios a la última encuesta del INDEC.

Una: las opiniones se reparten casi por partes iguales entre quienes proyectan un incremento de la demanda y los que descartan un repunte o prevén nuevas bajas.

Dos: el 88% no piensa subir su dotación de personal o directamente piensa reducirla. Lo mismo dicen sobre la posibilidad de acrecentar las horas de trabajo, ya golpeadas por el largo período recesivo.

Conclusión: viniendo de donde se viene y salvo un viraje rotundo, la primera gran creadora de empleo sigue en lista de espera.

También sumergido y con el peso que le da mover el 72% de la economía, el consumo aguarda los aumentos de paritarias. Según la consultora Abeceb, se ha cerrado un tercio de los convenios y faltan, entre otros, metalúrgicos, ferroviarios y la UTA.

Está claro que el eje no pasa por lo que cuente la estadística, sino por cómo mejore la vida de la gente. Además, los nuevos números llevan una marca en el orillo: se comparan con los de la recesión de 2016. Por ejemplo, el 10% positivo de la construcción en marzo contra el 6,8% negativo de un año atrás.

El Gobierno puede apostar fuerte a la construcción y a la obra pública, pero sabe que con eso solo no alcanza. Puesto en palabras de un analista: “La economía rendirá el 30%, a lo sumo un 35%. El resto debe hacerlo la política, porque las elecciones de octubre las ganará la política. O quienes sepan manejar mejor los hilos de la política”.

Fuente: Clarín 
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